“El
carácter particular del texto filosófico griego”.
Conferencia
del Prof. Dr. Néstor Cordero.
En
el PROYECTO UBACYT: EL PSICOANÁLISIS Y
LA PSICOSIS SOCIAL.
Efectos
del discurso psicoanalítico sobre la civilización occidental
Miércoles 11 de Septiembre
Instituto
de Investigaciones - Facultad de Psicología
- Universidad De Buenos Aires
Presentación.
Bienvenidos
todos,
Voy
a presentarles al Dr. Néstor Luis Cordero, que hoy nos hace el honor de estar
con nosotros para hablarnos sobre “El carácter particular del texto filosófico
griego”.
El
Dr. Cordero está radicado en Francia desde 1979, es egresado de la UBA y se doctoró
en Filosofía y Letras en 1973. En Francia obtuvo dos doctorados en la Sorbona, Universidad
de Paris IV.
Es
actualmente Profesor Emérito de la Universidad de Rennes 1 y durante varios
años fue responsable de un seminario en la Sorbona como profesor invitado. También
colabora regularmente con el Istituto Italiano per gli Studi Filosofici de
Nápoles.
El
Dr. Cordero se ha especializado en filosofía griega, especialmente en la
tradición manuscrita de los textos originales.
Es
autor de más de cuarenta artículos en su especialidad y de la traducción al
español y al francés de El Sofista,
de Platón.
Es autor de tres
libros sobre Parménides:
-“Les deux
chemins de Parménide” (Paris, Vrin, 1984; 2ª ed. 1997),
-“By being, it
is. The thesis of Parmenides” (Parmenides Publishing, Las Vegas, 2004)
(trad.esp.: “Siendo, se es”. Biblos, Buenos Aires, 2006) y
-“Parmenide scienziato?” (Akademia Verlag, Sank Augustin, 2008). La invención de la filosofía
-“Parmenide scienziato?” (Akademia Verlag, Sank Augustin, 2008). La invención de la filosofía
Hay
que mencionar también que en enero de 2009 fue declarado Primer Ciudadano
Honorario de Elea/Velia.
Para
recibirlo en nuestra investigación quiero hacer una reflexión sobre la significación
que pueden tener la filosofía y el filosofar en un contexto de trabajo sobre el
psicoanálisis.
Sabemos
entre nosotros que en los escritos de psicoanálisis que consideramos
fundamentales, la interlocución con la filosofía es permanente. También sabemos
que el psicoanálisis no es ni una ciencia ni una filosofía.
Pero
sí es una disciplina de razón. Procuramos que lo sea, aunque nos resulta claro
que no se puede decir que todo lo que lleva el nombre de psicoanálisis sea de razón.
De
todas maneras, es porque nos planteamos operar en el campo de la razón que nos
empeñamos en dar razón de lo que hacemos, y es en base a esto que tenemos la
pretensión que puede sonar un tanto soberbia de que se nos deje sentarnos en la
mesa junto a la filosofía, la lógica, las matemáticas y las ciencias, que sí
están en la mesa de la razón.
Pero
tenemos problemas con esta pretensión. No me refiero a los problemas que los
científicos, los lógicos o los filósofos tienen con el psicoanálisis. Nosotros
tenemos problemas.
No
me puedo extender, por lo que voy a decir algo muy breve. Voy a hacer una
comparación.
Entre
otros muchos problemas que tenemos pienso que está el hecho, se puede
constatar, que el psicoanálisis, en poco más de un siglo de existencia, se ha
extendido sobre el planeta de manera tal que hoy hay muchos pero muchos más
psicoanalistas que filósofos.
¿Cómo
puede ser esto? La filosofía viene elaborándose desde hace dos milenios y medio
pero no logra y nunca logró semejante suceso. Sin embargo, es más fácil
imaginar que en cien años el psicoanálisis deje de existir, no así la
filosofía.
Y
esta es mi reflexión: si el psicoanálisis ha sido digerido tan ampliamente, tan
por encima de lo que es digerida la filosofía, tal vez no sea precisamente
porque se afirma sólidamente sobre la razón.
Tal vez esta eficacia, que es un tipo muy particular de eficacia
discursiva, sea mucho más parecida a la del político que a la del filósofo.
Es
que tal vez al psicoanalista, como al político, puede serle más útil pensar con
estupidez que con inteligencia. Pueden entonces cabernos las observaciones, tan
de fondo, que hace Erasmo en su “Elogio de la estupidez” sobre el arte de
gobernar.
No
es el caso de los filósofos, ya que si de algo la filosofía tiene que prescindir
para sostenerse, y desde su nacimiento, es de todo aquello que supedite el
rigor de la razón al propósito de convencer, o a requerimientos de difusión o
de aceptación en la polis. Es lo más radical que tiene la lección de la
Apología de Sócrates.
Y
aquí estamos, cuando los psicoanalistas tenemos alguna consciencia de estos
problemas, algunas preocupaciones al respecto, es que nos volcamos muy
ávidamente a escuchar a los filósofos.
Le
doy entonces la palabra a Néstor Cordero agradeciéndole el privilegio de que
nos hace objeto viniendo a hablarnos.
Dr.
Raúl Courel
Director
del Proyecto
Exposición del Dr. Cordero
En
este trabajo tengo la intención de ocuparme del carácter particular,
específico, que tiene un texto filosófico de la antigüedad, un texto escrito
por un filósofo griego, y, a partir de esta hipótesis pienso deducir una suerte
de moraleja, como en las fábulas de La Fontaine.
Comienzo
con un ejemplo superficial, banal: cuando compramos un aparato
electrodoméstico, antes de usarlo, debemos leer el folleto explicativo que nos
dice cómo funciona. Exactamente lo mismo ocurre con un texto filosófico griego
de la antigüedad. La hipótesis que me propongo demostrar es la siguiente: un
texto filosófico griego, antiguo, tiene un carácter propio, diferente de los
textos filosóficos posteriores, pero para captar esa diferencia, hay que saber
utilizarlo, como el electrodoméstico. Y la moraleja, inesperada, que se deduce
de esta hipótesis es la siguiente: si conseguimos utilizarlo como se debe, un
texto filosófico antiguo nos muestra que la llamada "filosofía
antigua" es sorprendentemente actual, contemporánea.
Veamos
concretamente nuestro tema. Cuando un filósofo, en general, ya no sólo de la
antigüedad, encuentra, descubre o inventa cierta manera de observar la
realidad, pretende comunicar, hacer público este hallazgo, y para ello puede
dar cursos, conferencias o escribir textos, libros. Pocos son los filósofos que
decidieron voluntariamente no escribir, y esto ocurrió casi exclusivamente en
la antigüedad. Son conocidos los casos de Pitágoras, Sócrates, Epicteto, Pirrón
y seguramente habrá algunos otros. Pero en general los filósofos han escrito
textos, y en estos últimos años, además de los textos, recurren a otros
"soportes", videos, CD, etc. Los filósofos llevan a cabo esta actividad
desde hace 26 siglos, desde que Anaximandro escribió un tratadito -y sabemos
que escribió porque nos quedan milagrosamente cinco líneas de su libro; no se
sabe en cambio si Tales, su maestro, escribió o no- acontecimiento que se puede
ubicar allá por 570 a.C, y eso hasta hoy, hasta el filósofo X, y les dejo la
libertad de proponer el ejemplo.
Evidentemente,
los textos escritos durante estos veintisiete siglos son diferentes, incluso
los que pertenecen a la misma época. Hay, en primer lugar, una diferencia
obvia: hay textos que fueron escritos antes de mediados del siglo XV, grosso
modo, 1450, y otros después, y la diferencia obvia es la siguiente: al primer
grupo pertenecen textos que no sólo se escribieron a mano, lo cual pudo seguir
ocurriendo después, sino que se "publicaron", se divulgaron también a
mano; y al segundo grupo pertenecen textos que se escribieron también a mano y
luego a máquina, pero que de divulgaron en versiones impresas. Pero esta
diferencia obvia parece no ser significativa porque hoy leemos todo en
versiones impresas, que ocultan lo que podríamos llamar la
"biografía" de cada texto, es decir, las etapas que precedieron a su
impresión.
Dos
palabras, apenas. Desde que se utiliza la imprenta, el autor puede escribir su
texto a mano, a máquina, en computadora, y luego ese texto se imprime, se edita
y se publicita. El autor puede controlar esa primera versión. Antes de la
invención de la imprenta, la también el autor escribe el texto, pero ésta vez
sólo a mano, y las copias sucesivas que se hacen del mismo son también
manuscritas, y ada asegura que respeten 100% el original. Cuando llega el
momento de imprimir este texto, el editor se encuentra con varios manuscritos
de un mismo texto, debe elegir los mejores, pero el autor ya no está presente
para controlar esta primera edición. O sea que una diferencia ya esencial entre
un texto "moderno" y un texto de la época que nos va interesar es la
necesidad de contar, en los textos antiguos, con una serie de intermediarios
que han impedido que se perdiera, colaboradores que el autor no eligió, pero
sin los cuales el texto no existiría. La semejanza que hay en el estante de una
biblioteca entre el Fedón de Platón y
Ser y tiempo de Heidegger oculta la pre-historia de ambos textos, que es
esencialmente diferente. Nuestro análisis se reducirá a los textos filosóficos
griegos (o sea que dejaremos de lado a poetas, autores trágicos, historiadores,
cuyas obras compartieron la "biografía" que acabamos de resumir). y
nos detendremos un poco arbitriamente en Plotino (mediados del siglo III de
nuestra era).
Y
bien, ha llegado el momento de entrar en tema y para ello no puedo evitar
comenzar con una introducción. Como sabemos, esta historia comenzó en ciudades
griegas a fines del siglo VII a.C. Los primeros textos filosóficos fueron escritos en griego, y el griego fue la
lengua filosófica por excelencia durante seis siglos. Recién pocos años antes
de nuestra era, primero Lucrecio y luego Cicerón comenzaron a filosofar, ergo,
a escribir, en latín, pero el griego subsistió como lengua filosófica
fundamental hasta fines de la antigüedad al punto de que un emperador romano,
Marco Aurelio, escribía en griego sus textos filosóficos.
También
es sabido que la civilización griega fue una de las últimas, sino la última, en
la antigüedad, en adoptar la escritura. En tiempos remotos, durante los
períodos minoico y micénico, es decir; entre 2700 y 1100, los griegos habían
utilizado una escritura silábica, útil para llevar registros e inventarios de
la vida palaciega, pero incapaz de construir frases, y esta escritura se
extinguió ya en el siglo XII. Recién a mediados del siglo IX, alrededor de 850,
los griegos adoptan y adaptan signos de la escritura fenicia y le agregan
vocales. Es a partir de entonces que se puede hablar de un alfabeto griego,
alfabeto que, caso único hasta entonces, reproducía todos los sonidos del
habla.
Es
en ese momento en que se ponen por escrito la Ilíada y la Odisea, que existían
desde hacía casi cinco siglos en forma oral, y que se ponen por escrito leyes y
constituciones. Y dos siglos después, a fines del siglo VII, como dije, ciertos
sabios, matemáticos, músicos,
astrónomos, siempre en ciudades griegas de Asia Menor, empiezan a interesarse
en problemas que van más allá de los que cada uno trataba en su disciplina. Y
poco a poco a esa gente se los llamó filósofos.
Estos
primeros filósofos escribieron ya textos, pero la mayoría se perdió. No
obstante, a partir de lo que se ha podido recuperar, y del eco que estos textos
perdidos tuvieron en filósofos posteriores, mejor respetados por los avatares
de la historia, nos podemos hacer una idea de la significación que tenía por
entonces un texto filosófico, es decir,
qué pretendía un filósofo cuando decidía exponer por escrito sus ideas. Y,
siempre dentro de esta introducción, debo hacer ahora un paréntesis, paréntesis
amplio, pero necesario.
No
es cuestión de definir la filosofía, ya que ello sería pretencioso e inútil.
Pretencioso, porque desde hace más de veinte siglos los filósofos mismos
intentan definir la filosofía y no se ponen de acuerdo; e inútil porque, aunque
encontremos una buena definición, ¿con qué derecho la aplicaríamos a los
filósofos del pasado que, precisamente, estaban "inventando" la
filosofía? Por ello, a falta de una definición, podemos proponer una
descripción de la actividad que desarrollaban,
y, sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que todos ellos, que eran
ya científicos o técnicos reconocidos, se dedicaron a observar la realidad,
todo, desde una perspectiva diferente de aquella que cada uno ponía en práctica
en su disciplina respectiva. Las cosas, en vez de ser observadas como astros,
números, piedras o seres humanos, empiezan a ser consideradas
"seres", cosas, sí, pero existentes, entes, cuya existencia hay que
justificar, fundamentalmente porque estos sabios viven en una civilización que
no concibe la idea de creación ni de dioses creadores. Y las respuestas, explicaciones, para estas
incógnitas, comienzan a aparecer.
Todas
las respuestas son diferentes, diversas, pero los problemas a los que tratan de
responder son los mismos: qué son las cosas, todo, por qué hay un ritmo cósmico
que se conserva, qué es lo que define a una cosa, sus elementos o su función,
etc. El objeto de estudios de estos sabios, y que yo acabo de resumir abusivamente con la palabra
"todo", es eso que ellos llamaban physis. ¿Qué es la physis?.
La physis es la totalidad de las cosas, y de ahí que en general el
término se traduzca por "naturaleza". Hoy diríamos que muchas de
estas cuestiones son estudiadas por la física, y ellos estarían de acuerdo, ya
que "física" deriva de physis, pero el sentido de physis en griego va
más allá de eso que hoy llamamos "fenómenos físicos", ya que también
los dioses, las emociones, los pensamientos forman parte de la physis. Pero si
ellos se interesaron en la physis en general es porque querían explicarse cuál
es el lugar que ocupa el ser humano, que es un micro-cosmos, en ese
macro-cosmos que es la realidad
Y
bien, yo comencé por decir algunas palabras sobre la lengua y la escritura
griegas, y desde ya se ve que lo que caracteriza los primeros pasos de la
filosofía es la presencia omnipresente, abusiva, de Grecia. Los primeros
filósofos pensaban en griego, hablaban griego escribían en griego y esto fue
así, como vimos, hasta fines de la antigüedad. Esta suerte de monopolio de
Grecia marcó para siempre a la filosofía.
De
todo lo dicho se deduce que el período de la filosofía mal llamado
"antiguo" es muy diferente de los otros períodos, como lo serán
también los textos filosóficos escritos por entonces. Esta etapa es diferente
porque es la etapa de la invención, de
la estructuración, de la filosofía. Después, muchas cosas cambiarán, aparecen
las religiones reveladas con sus textos sagrados y se piensa de otra manera.
Una libertad total para encarar los problemas fundamentales, esa verdadera
obsesión por la argumentación, por la discusión, el papel preponderante del
individuo, era inimaginable en otras civilizaciones, en ese tiempo. Eso no
quiere decir que la civilización griega haya sido superior a otras; para nada.
Fue diferente, y dadas ciertas condiciones histórico-económico-sociales que
sólo se dieron en ciudades griegas, a fines del siglo VII surge la filosofía,
producto cien por ciento griego.
Pero...por qué esta manera griega de
observar la realidad, el filosofar, resiste el paso del tiempo y, como
intentaré demostrar en mi "moraleja", es inesperadamente actual,
contemporánea? Yo acabo de hablar del "filosofar",
"filosofar" es una actividad. Evidentemente, el filosofar se encuentra
concretizado, objetivado, en textos que presentan la filosofía de cada
pensador. El filosofar de Platón se encuentra en "la filosofía" de
Platón. Y esta filosofía, la de Platón y la de otros, se encuentra en los
libros que escribieron, en textos filosóficos, lo cual es válido hasta el día
de hoy, y, como dijimos, también en los últimos años, en que se recurre a veces
a otros "soportes".
Y, una vez, "fijadas" en
un texto las ideas filosóficas de X, ellas están ahí, para ser analizadas,
compartidas, criticadas, etc., pero ellas ya son lo que son, no cambian. Ya
Platón había escrito en el Fedro que los libros son como estatuas, uno les hace preguntas y ellos
no responden. Y es por eso que él inventó un género literario que se acercaba
lo más posible a un intercambio real entre las ideas, el diálogo filosófico
(digo "lo más posible" porque el diálogo es también un texto escrito,
también mudo, para utilizar la fórmula de Platón). La ventaja del diálogo es
que muestra, si bien a posteriori, cómo fueron surgiendo las ideas, cómo de la
discusión surgen las soluciones, cómo el carácter de los personajes influye en
el razonamiento etc. Pero el caso de Platón es único.
Así y todo, tanto la crítica de
Platón, como la solución desesperada que él propone, nos muestran que para un filósofo griego el texto escrito
debía cumplir una misión muy especial, que luego va a diferenciarlo de los
textos filosóficos escritos en otros períodos. Esta misión es la siguiente: el
texto tiene que ser utilizado como un instrumento, y como todo instrumento,
debemos saber utilizarlo. Es por eso que el libro filosófico antiguo necesita
eso que los franceses llaman llaman un "mode d'emploi", de la cual
nos ocuparemos dentro de unos instantes.
Demás está decir que esta afirmación
sólo se aplica a un texto filosófico griego, que tiene su propia especificidad.
Yo hago esta aclaración porque el libro filosófico, con el paso del tiempo,
paulatinamente, fue cambiando su estructura. En primer lugar, se fueron
transformando en objetos cada vez más autónomos, objetos en sí, ya no
instrumentos, que fueron encontrando en ellos mismos su razón de ser, y el
lector, que respecto de un texto antiguo era un usuario y que debía convertirse
en alguien que dialogaba con el autor, se fue transformando en un personaje
curioso, deseoso de saber qué decía Descartes, Kant, Hegel, Heidegger o
Derrida. Y como muy a menudo esos libros son difíciles de leer, especialmente
los post-modernos, el lector queda satisfecho cuando consigue comprenderlos. Y
su vida, la del lector, sigue su curso.
En
cambio, un texto verdaderamente filosófico es aquel que cambia la vida del
lector, y esta situación ideal era el fin, el objetivo, el desideratum del
texto filosófico antiguo, textos breves, escritos con un lenguaje comprensible,
precisos, concisos, porque no pretendían ser un fin en sí, sino un instrumento.
Me
explico. Dijimos que el texto es un instrumento que debe servir para algo, pero
no dijimos para qué. Ahora, con la pequeña diferencia que hemos introducido
entre la filosofía y el filosofar, podemos responder que el texto es un
instrumento que incita a filosofar, que invita al lector a filosofar. Ésta es
la cuestión esencial: el texto invita al lector a compartir el problema que el
autor quiso resolver, a la incógnita que lo llevo a filosofar. Hoy, veintisiete
siglos después, si sabemos utilizar un texto antiguo, podemos filosofar con su
autor, pues seguramente sus problemas son los nuestros, aunque las respuestas
que ellos propusieron hayan sido diferentes. Y si somos capaces de compartir
esos problemas, de cuestionarnos y de angustiarnos como ellos, se confirma la
moraleja de nuestra hipótesis: el filosofar de los filósofos de ese pasado
remoto nos resultará extrañamente, inesperadamente actual, como si el tiempo no
hubiese transcurrido.
Vuelvo
a retomar algo que ya dije. Vimos que en el universo dentro del cual nace la
filosofía no hay verdades reveladas, ni dioses creadores, al menos para los
filósofos, porque la creación "ex nihilo" es inimaginable para ellos. La nada no existe, punto, y por eso de la
nada, nada sale, ni los dioses. Y otro tanto ocurre con la conducta humana. No
hay infierno ni paraíso. Pero como el ser humano necesita certezas,
"verdades", para poder vivir, y ellas no son reveladas ni inspiradas,
hay que buscarlas, y es así como nace la filosofía, que sólo pudo ser inventada
en ese universo que luego fue llamado "pagano".
Y
el primer paso del proceso que lleva a descubrir verdades es el asombro, la
sorpresa, la estupefacción, la curiosidad. No es un invento mío: estoy citando
a Platón, en el Teeteto, y a Aristóteles, en la Metafísica. En una cultura que
no pede siquiera imaginar la idea de creación, y que no puede negar que haya
cosas, es asombroso, maravilloso que haya una realidad en vez de haber nada. Es
asombroso que haya un ritmo cósmico
estable, que haya un ser, el ser humano, que es diferente de otros entes, las
cosas, que ni respiran ni se mueven. Quien encuentra que todo esto es
"normal", no será nunca filósofo; quien se asombra, puede llegar a serlo.
El
asombro conduce a detectar problemas ahí donde una mirada ingenua, inocente,
sólo ve algo banal y cotidiano. Quien se asombra no se contenta con fotografiar
la realidad; pretende ir más allá, desear radiografiar la naturaleza para ver
qué se oculta. No olvidemos que la palabra "verdad", en griego,
significa literalmente "des-ocultamientio",
"de-velamiento". La mirada
penetrante del filósofo pretende descubrir el fundamento de las cosas, ese
sentido oculto que hace que algo sea algo, eso que en griego se llama logos; el
logos de algo, en una de sus significaciones, es su fórmula, que permite
conocerlo, y como esa estructura no es evidente -ya Heráclito decía que a la
physis le gusta ocultarse-, hay que transformar el asombro en un problema a
resolver. Y estos problemas se concretizan en una serie de preguntas, qué es
esto, qué es aquéllo, por qué ocurre esto. Y cuando el filósofo encuentra una respuesta para estas preguntas,
escribe un texto.
Hemos
llegado finalmente al texto, nuestro tema de hoy. Si observamos el proceso que
acabo de describir, vemos que el texto filosófico aparece en una cuarta etapa
en esta tarea de filosofar. Primero está el asombro, especie de puntapié
inicial del filosofar; luego viene el descubrimiento de problemas, es decir,
una etapa de problematicidad; luego,
esos problemas se transforman en preguntas, que sería una etapa de
cuestionamiento; y finalmente se llega a las respuestas, que se concretan en un
texto. Ya se ve a simple vista que esta cuarta etapa es diferente de las tres
primeras., ya que ella concretiza, fija ideas, que fueron en su origen
emociones y sentimientos, y las concretiza en un objeto material, en un papiro,
pergamino o lo que fuere. Este objeto material, el texto, está condenado a quedar atrapado dentro de parámetros
espacio-temporales. El Fedón de Platón, por ejemplo, fue escrito en Atenas -o
sea en un lugar del espacio-, y, en el tiempo,
en el año tercero de la Olimpíada noventa y nueve (no podemos decir en el
año 399 antes de Cristo, por razones obvias). Ahí y entonces quedó fijado, y,
gracias al trabajo de centenares de copistas y de filólogos que lo fueron
restaurando, hoy lo leemos casi casi -con un poco de optimismo, con un noventa
y cinco por ciento de posibilidades- tal como quedó fijado en ese momento por
Platón.
Las
tres etapas precedentes del filosofar, en cambio, el asombro, los problemas y
las preguntas, si bien fueron también encarnadas, digamos, por seres humanos,
en el caso del Fedón, por Platón, no quedaron fijadas en el tiempo; hasta se
puede decir que, en tanto estados de ánimo, estuvieron fuera del tiempo; y por
eso podemos compartirlas, miles de años después. También hoy nos asombra y nos
indigna que un individuo como Sócrates no haya sido comprendido por sus
conciudadanos. Y también hoy asistimos a injusticias cósmicas similares.
Si
utilizamos el texto filosófico como un trampolín que nos permite descubrir el
asombro que llevó autor a escribirlo, a ver los problemas que él vio,
seguramente compartiremos su estado de ánimo. Para esta suerte de
confraternidad entre dos espíritus (en nuestro caso, el del filósofo antiguo y
el del lector actual), los griegos inventaron la noción de
"simpatía", etimológicamente, el hecho de compartir el mismo pathos,
término éste que tanto Platón como Aristóteles utilizan para definir el asombro,
que es precisamente un estado de ánimo, un pathos.
Volvamos
al carácter especial que tiene un texto filosófico antiguo. Hago hincapié en la
palabra "filosófico" porque este enfoque no se aplica, evidentemente,
a otros textos antiguos. Una poesía griega épica o lírica, una tragedia, un
tratado de medicina, son, como un texto actual, autónomos, cuentan guerras o
amores, la historia de personajes manipulados por el destino, describen
enfermedades o aconsejan regímenes a adoptar, como hoy. Un texto filosófico, en
cambio, no era ni es autónomo. Necesita un colaborador, un usuario, alguien que
lo utilice, que lo ponga en marcha, que le dé vida. En este sentido, un texto filosófico debe ser
utilizado como un músico utiliza una partitura. En la partitura, que es un
objeto material, páginas con notas musicales, está la música, pero está muda,
silenciosa, en estado de latencia. La música deviene lo que es, sonidos
articulados, melodía, acordes, cuando un intérprete deviene usuario de ese
texto material y encarna la música, la hace vivir, y, a pesar del tiempo
transcurrido entre el autor, Vivaldi, Mozart, Brahms o Stravinsky, y hoy, el
intérprete y, con él, el público, vive/vivimos las mismas emociones que el
autor, y ya no somos los mismos después de haber compartido sus sentimientos,
sus amores, sus tristezas, sus alegrías.
De
la misma manera, un texto filosófico deviene filosofía cuando nos hace
filosofar, cuando lo utilizamos como un despertador capaz de sacudirnos de
nuestra demasiado normal normalidad. Como el músico y su público respecto del
compositor, el lector del texto
filosófico comparte el asombro de su autor, los problemas que él quiso
resolver, y, si es capaz, hasta puede colaborar con él para encontrar nuevas
soluciones, ya que los problemas son los mismos, pero las respuestas son
forzosamente efímeras. No temo exagerar si digo que el lector puede sentirse
incluso amigo o compinche del filósofo, y no tengo dudas de que si se establece
una relación de amistad entre el lector y el autor, las posibilidades de comprender
el pensamiento del filósofo en cuestión aumentan considerablemente. Si no es
así un texto filosófico no sirve para nada, es sólo un texto muerto que, como
decía ya Platón, no dialoga con el lector.
El
texto filosófico "antiguo" supone siempre un diálogo con quien lo
lee. En uno de los primeros testimonios de un texto filosófico que han llegado
gasta nosotros, el Poema de Parménides, encontramos un diálogo entre una diosa
y un joven estudiante, que quiere "saber". El Poema es eminentemente
didáctico y en él, sin lugar a dudas, la
diosa es una máscara de Parménides y el oyente una personificación de un lector
u oyente eventual. Y otro tanto ocurre
con los dos poemas de Empédocles, en los
cuales el filósofo se dirige a un tal Pausanias, aparentemente un discípulo.
Los aforismos de Heráclito, escritos en primera persona y con un estilo que ya
los griegos de su tiempo consideraban "oscuro", necesitan la
colaboración de un oyente o lector para esclarecerlos y en ese caso, como dirá
siglos después Diógenes Laercio, la pretendida oscuridad de Heráclito deviene
luminosa.
Ya
vimos que Platón hace lo posible por dar vida a sus escritos, que tienen la
forma de diálogos, y se sabe que en su juventud también Aristóteles escribió
diálogos, que lamentablemente se perdieron. Epicuro presentaba resúmenes de su
teoría en Cartas a sus discípulos (a Meneceo, a Herodoto, etc.) y los filósofos
cínicos provocaban a los ciudadanos corrientes para invitarlos a dialogar sobre
el extraño modo de vida que ellos llevaban.
El
caso de los estoicos es ejemplar, ya que tanto el Manual de Epicteto como los
Pensamientos de Marco Aurelio son invitaciones a filosofar. Pierre Hadot no
dudó en calificarlos de "ejercicios espirituales", o sea, una especie
de gimnasia espiritual a partir de textos escritos. El texto filosófico, como
dice Marco Aurelio, es una ayuda para saber a qué atenerse en cada
circunstancia, y lo compara con el botiquín que todo médico lleva consigo para
casos de urgencia. Y finalmente Plotino, ya a mediados del siglo III de nuestra
era, escribió sus tratados, breves, como un diálogo con un oyente eventual que
le hace preguntas, a las cuáles él contesta. Basta citar un pasaje de su
tratado "Sobre lo bello" (I, 6): "Cuando vosotros veis vuestra
belleza interna, ¿en qué pensáis? ¿Qué es ese deseo que sentís de entrar en
vosotros mismos y de estar fuera del
cuerpo?". Esta estructura textual desaparece luego y sólo se la encuentra
esporádicamente en poetas místicos, pero no en textos filosóficos.
Hace
unos momentos hablamos de la simpatía que debe establecerse entre el lector de
un texto filosófico antiguo y el filósofo que lo escribió. El filósofo francés
Gilles Deleuze –yo me inspiro bastante en lo que él dijo- afirmó que la mejor
manera de comprender el sentido profundo de un texto filosófico consiste en
compartir el problema que el autor quiso resolver. ¿Es posible? Sin duda dice
Deleuze Y para demostrarlo utiliza una imagen admirable. Dice que hay que
acercarse al autor, al filósofo, como si se tratara de un amigo que parece
estar un tanto afligido, y porque es nuestro amigo, podemos preguntarle:
"Decíme, ¿cuál es tu problema, ¿Qué problema tenés?". Una vez que él nos confiese su problema, lo
entenderemos mejor y hasta podemos ayudarlo a solucionarlo. Con un texto
filosófico debemos hacer lo mismo.
Deleuze
no da ejemplos, pero podemos intentar aplicar su receta a Platón. Y elijo
Platón porque es un caso extremo, ya que conservamos todo lo que escribió, y
entonces parecería que la cuestión del problema que quiso resolver parece
superflua. Pero no es así; al contrario. Como se sabe Platón escribió casi
treinta diálogos y en ellos está "la filosofía" de Platón. Sí, pero
¿cuál es el hilo conductor, el asombro que lo llevó a escribir y el problema
que quiso resolver? No es evidente. En todo caso, al leer cada diálogo tenemos
la sensación de que Platón está siempre descontento, ya sea de la estructura
social, ya sea de la manera de conocer, ya sea del tipo de valores que sus
contemporáneos privilegian. Platón se siente mal en el mundo de entonces. En un
dibujo clásico, Quino representa a Mafalda aferrada al globo terráqueo, y, en
un momento dado, le hace decir: "¡Paren el mundo, que me quiero
bajar!". Siempre pensé que Platón pudo haber escrito esa frase.
Y
bien. Apliquemos la receta de Deleuze e imaginemos que Platón está acá para
preguntarle: "Decíme Platón, ¿cuál es tu problema?". Y sin lugar a
dudas Platón respondería: "Mi problema es la muerte de Sócrates".
Eureka, todo se aclara. Platón siempre se asombró de que ciudadanos de la polis
más próspera y culta persiguieran y condenaran en toda legalidad a quien
hubiese merecido el título de ciudadano ilustre. ¿Cuál es el problema? El
ciudadano de entonces está mal educado y no tiene ni idea de los verdaderos
valores, y es ello lo que llevo a Platón a encarar una tarea titánica,
ético-política, la creación de verdaderos valores, lo cual supone un
conocimiento riguroso, etc., todo eso que Uds. saben.
No
hay dudas de que hoy hay injusticias cósmicas similares a las que llevaron a
Platón a filosofar, y, si somos capaces de seguir su ejemplo, nuestro presente
no es el futuro de un filósofo del pasado. En ese caso hipotético
viviremos, el viejo filósofo y nosotros,
en un mismo presente compartido.
Vuelvo
a mi hipótesis. Lo que es actual es la actividad que los primeros filósofos
inventaron, una manera inédita de observar las cosas. Y, como consecuencia de
esta mirada, que tiene como punto de partida el asombro, los problemas, etc.,
escribieron textos, libros. Y hoy llamamos "filosofía" a lo que
encontramos en esos libros, por ejemplo, en su Poema, la filosofía de
Parménides, en la Física o la Metafísica, la filosofía de Aristóteles. Se
trata, evidentemente, de obras monumentales, pero cuando yo pretendo sostener que la filosofía mal llamada antigua es
actual, pienso en la invitación que encontramos en esos textos a ponernos a
filosofar, esta actividad que ellos, los griegos, inventaron a partir de cero,
y que, en el caso de Sócrates, lo llevó a preferir la muerte a dejar de
filosofar. Recordemos que para él vivir bien, como le hace decir Platón en la
Apología, es vivir filosofando (philosophounta zên)
Para
comenzar a concluir este trabajo, repito que, cuando yo extraigo como moraleja
de la especificidad de un libro filosófico antiguo que la filosofía de entonces
es "actual", yo no hablo del carácter actual de los textos
filosóficos de entonces. Son textos esenciales, pero es difícil vivir hoy en
función de la teoría de las Formas de Platón, o según los consejos de la Ética
de Aristóteles. Estas obras nos hacen pensar, y eso está bien, pero debemos
utilizarlas como una llave que nos permita entrar en el asombro, en la
curiosidad, en la problematicidad que llevó a sus autores a escribirlas.
Y,
ahora sí, para finalizar esta larga charla, me permitiré agregar una
consecuencia secundaria a mi moraleja. Todos sabemos que es imposible definir
la filosofía, ya lo dije al comienzo, y esto es así porque para definir algo
hay que circunscribirlo, encerrarlo en un círculo; "definir" consiste
en colocar una noción en el interior de límites, "finis", en latín Y
esto es imposible en el caso de la filosofía. ¿Por qué? Porque la filosofía se
está haciendo en cada instante, y se hace filosofando. Y esto es así porque -y
yo espero que no me lanzarán objetos pesados al escuchar esto que diré- esto es
así porque hasta podríamos decir la filosofía no existe, que existe el
filosofar. Antonio Machado escribió, y Serrat cantó: "caminante, no hay
camino, se hace camino al andar". Los filósofos hacen la filosofía filosofando.
Y para que este ejemplo no se extinga, tenemos los textos filosóficos que los
filósofos griegos escribieron, que son
una invitación, a seguir filosofando, o sea, a seguir caminando...
Septiembre 2013